Cristina y el desafío del 24 de octubre

La alianza Alfonsín-De Narváez se desvaneció en una tarde de medialunas con Alberto Rodríguez Saá y, desde España, Macri sentenció que gana Cristina.

Con la salvedad de Hermes Binner, que interpretó el resultado de las primarias como una oportunidad para salir primero entre los segundos y bajó el tono de confrontación con la presidenta –con algún traspié menor–, ninguno de los otros pudo superar el desconcierto que les produjo la contundencia de la victoria K. Probando que la crueldad hacia los perdedores no es un patrimonio del peronismo, la UCR, o lo que va quedando de ella, dejó huérfano de apoyo a Alfonsín y el hit del mendocino Iglesias llamando a cortar boleta convirtió en grito el deseo reprimido de todo el inconsciente radical. Si no lo eligen ni sus propios correligionarios, ¿por qué habría de hacerlo el resto de la sociedad? Dolorosa pregunta que De Narváez respondió sentándose a negociar con Rodríguez Saá y pidiendo cambiar de colores la boleta para no quedar tan pegado al radical, con el que hasta hace poco se abrazaba en una suerte de Moncloa bipartidista que existía sólo en la imaginación de ambos.